El 14 de marzo se cumplen 30 años de la desaparición de Félix Rodríguez de la Fuente. Aquí también voy a dedicar, por supuesto, un espacio en su homenaje, al igual que le homenajeé en mi libro Etología del lobo y del perro: análisis e interpretación de su conducta. Félix fue, sin duda, una inspiración para mí, me dio a conocer al lobo que él había conocido y me ofreció la oportunidad de abrir mis sentidos a, en definitiva, la VIDA, así como lo decía él: con letras mayúsculas. Félix era un enamorado del lobo y también del perro y de eso quería hablaros aquí. Él estaba feliz de haber conocido al lobo, no envilecido tras las rejas de un zoológico, sino libre y salvaje, desapareciendo en la fría mañana del páramo, cuando era niño, en la navidad de 1940. Había asistido invitado a una batida al lobo con tan sólo 12 años. Una costumbre que se ha seguido repitiendo como una forma de transmisión cultural del odio al lobo. Félix había escuchado terribles historias de lobos pues al niño se le inculcaba el miedo; ése mismo miedo que desemboca directamente en el odio. Y, aquella mañana de invierno, la silueta del lobo apareció recortada en el páramo, exactamente como nos lo quiso mostrar en sus insuperables, prodigiosos, documentales. “Lo que vi entonces no se me olvidará jamás. (…) Era un animal hermosísimo, de mirada noble, profunda(...) quizá, la más acabada representación de la fuerza, de la libertad, de la nobleza, ¡del palpitar del corazón de la madre tierra!. Aquella tarde fría del mes de diciembre decidí que todo cuanto me habían contado del lobo era falso. (…). Y, al fin y al cabo, el hombre no tenía derecho a erigirse en dueño supremo de la carne, de la vida y de la muerte.”
Había quedado profundamente enamorado de aquél animal. Félix no volvería a encontrarse con el lobo hasta 10 años después, también en el páramo.
Félix leyó en 1964 El anillo del Rey Salomón, de Konrad Lorenz, el personaje por él más admirado. Consideraba Félix que el lobo nos podría enseñar mucho de nuestra propia conducta; de nosotros mismos. Que la sociedad pacífica, por mucho que los mitos nos cuenten lo contrario, del lobo, podría ser un ejemplo para nuestra propia sociedad.
Félix leyó en 1964 El anillo del Rey Salomón, de Konrad Lorenz, el personaje por él más admirado. Consideraba Félix que el lobo nos podría enseñar mucho de nuestra propia conducta; de nosotros mismos. Que la sociedad pacífica, por mucho que los mitos nos cuenten lo contrario, del lobo, podría ser un ejemplo para nuestra propia sociedad.
Félix mira amorosamente a sus cachorros de lobo junto al Río Dulce.
Consideraba que conociendo al lobo podríamos entender mejor al perro y los vínculos entre los hombres y los animales. Félix no soportaba la falsedad del mito del lobo y quería estudiar por sí mismo al cánido para mostrarle a todo el mundo su verdadera faz. Y el lobo le dio a Félix una fama que se tradujo en la concienciación ecológica en el país. Tomó el ejemplo de Lorenz, que se integró en un grupo de gansos, y decidió integrarse en un grupo de lobos para estudiar en profundidad el imprinting o troquelado. Y así lo hizo desde 1965 y durante toda su vida. Sus primeros cachorros fueron traídos desde Valladolid, donde habían sido capturados y estaban siendo maltratados por los pueblos. Así que llegaron a casa y fueron cuidados con cariño por él y su mujer.
"He leído de muy cerca, en las pupilas de mis lobos, toda la fidelidad monolítica que reside en su complejo comportamiento. He descubierto que los lobos son cooperativos, comunitarios, que adoptan a los cachorros huérfanos, que comparten el alimento, que jamás abandonan a los heridos o a los débiles."
El lobo fue una parte importantísima de su vida. Luchó desaforadamente por conseguir la protección del lobo en España, donde era una especie a exterminar. Consiguió que la Administración eliminase las Juntas de Extinción de Animales Dañinos, lo que fue un hito en la conservación de la fauna ibérica. Posteriormente, consiguió una primera figura de protección para el lobo en España. En su lucha se ganó la enemistad del sector ganadero y alimañero, pero luchó valientemente. Escribió en la prensa española y extranjera, en el boletín de ADENA, realizó informes para la UICN, realizó programas que se emitieron en otros países del mundo y realizó la película de cine El rey de los lobos; así luchó hasta conseguir una veda para el lobo a partir de 1970, lo que significó difuminar la sombra de la extinción del lobo, que estaba pronosticada. Consiguió, por tanto, la protección parcial del lobo y del lince. Con Ramón Grande del Brío creó la Coordinadora para la Defensa y Estudio del Lobo Ibérico."Todas las virtudes del perro, la fidelidad, la nobleza, la alegría, el altruísmo, la inteligencia, la sensibilidad, están acrecentadas y acrisoladas en sus tatarabuelos los lobos".
Félix siempre estuvo muy unido también al perro. Siempre tuvo perros de caza y de ellos habla en su amado libro El Arte de Cetrería. En los años 50 recorría los campos con sus halcones y azores acompañado de sus perdigueros burgaleses (Lis y Sol, por ejemplo). En sus documentales sobre Altanería nos habló del adiestramiento de los perros para apoyo de los halcones en su proyecto Baharí para librar de aves los aeropuertos. Utilizaba pointer, braco, griffon kortals, springer spaniel. Pero había un perro que le gustaba especialmente y que siempre tuvo en casa: el teckel, un perro de corazón. En la foto siguiente, Félix (con el mochilón) se dirige, acompañado de su pequeño teckel y con un guarda de la Reserva del Hosquillo, a anestesiar a un oso.
Félix había leído siempre las historias del norte relatadas por James Oliver Curwood y Jack London y le encantaba admirar los perros esquimales: los huskies, los malamutes, esos perros de resistencia prodigiosa y conducta lobuna. En el año 1979, el año anterior a su desaparición, Félix cumplió un sueño. El sueño de recorrer, con un trampero del ártico, las nevadas taigas de las Rocosas en trineo tirado por preciosos perros nórdicos. Al año siguiente volvió Félix al Ártico porque quería mostrar al mundo la impresionante hazaña de perros y hombres que, en una carrera anual histórica, recorre una durísima etapa de 1850 km por las soledades heladas de Alaska hasta la población de Nome. En esas se nos fue Félix, que, entre otros muchos proyectos, tenía el de crear una serie dedicada a los perros del mundo. Félix se nos fue filmando a los perros en la evocación de la historia vieja del hombre que se sirve de su amigo el perro, el perro más cercano al lobo, para sobrevivir en uno de los lugares más duros y difíciles de la Tierra. Félix quedó allá, en su soñada Alaska de la infancia. Siempre dijo que se reencarnaría en un gran lobo solitario.