Quizás muchos ya lo sabréis. Entre Sanabria y la Carballeda zamorana, zona lobera, se había celebrado el otro día una montería con rehala incluída en un precioso robledal junto al río Negro. Eran las tres de la tarde y los monteros recogían ya a sus perros cuando escucharon el lastimero aullido del lobo. El lobo, siempre temeroso del hombre, que había alertado a su enemigo primate con sus llamadas de desesperación. Pero esta vez, el ser humano hacía gala, ¡oh, fortuna!, de humanidad. Aquellos cazadores eran amantes del monte. Cazadores ejemplares, no sedientos de muerte, que demostraron que se puede ser cazador y noble. Se encontraron con una escena muy triste. Era un lobo, un gran lobo macho, atrapado inmisericordemente en un lazo de acero. Un ejemplar maravilloso que ya había perdido la esperanza y se había acurrucado en la tierra, con la pata herida hasta el hueso. Que había echado sus orejas hacia atrás y entrecerrado sus ojos, sumiso, apoyando su trufa, reseca ya por la deshidratación, en la húmeda tierra. Que había perdido la batalla. Una batalla absurda que le iba a llevar a la muerte sin duda ninguna. Los cazadores, seguramente maravillados por aquél ser de la foresta de pelaje montés, por aquél ser que nació libre y que estaba atrapado, herido, sin salvación alguna, llamaron al SEPRONA.
Poco más allá, la sorpresa fue mayúscula por desagradable: otro lazo con otro lobo apresado con el firme abrazo del acero. El lobo, otro soberbio macho, en su desesperada lucha por la libertad, había seguido forzando, intentando lo imposible, y el acero se había enterrado en su carne, y en su hueso, hasta amputar su pata. Había quedado lisiado para siempre.
En tan sólo en una zona de 4000 metros se encontraron 20 lazos. Era una zona minada. Algunos lazos tenían sangre. Sangre de otros animales que habían quedado atrapados y habían logrado huir en desesperada lucha por la vida seguramente a costa de sacrificar algún miembro. Parece ser que algún otro lobo del mismo grupo habría caído en uno de los lazos mortales y había conseguido escapar, pero con el acero hincado en su carne. ¿Quién sabe cuánto vivirá y qué padecimientos sufrirá ese animal?.
Los furtivos son una lacra. Los venenos y los lazos son su cobarde herramienta. Y esto ocurre hoy, en el año 2010 y en España.
David Nieto Maceín.